A mamá no le gustaba que viéramos las noticias en la tele, pero tampoco las películas. «Demasiados puñetazos, demasiados muertos, demasiada violencia», decía. «¿Os imagináis una sociedad sin pistolas en la tele?» Pues no, no podíamos imaginarlo y nos mirábamos sin saber por qué podía decir semejante tontería. ¿Lo recuerdas, Nino? «¡Hala, a ver dibujos animados!», sentenciaba, y se encerraba luego en la cocina para suspirar y llorar con sus cebollas. Tú y yo sabíamos que no lloraba precisamente por las cebollas, pero poco podíamos hacer.
Lo cierto es que nos gustaban los dibujos. A ti, los de Piolín. ¿Recuerdas
cuando a Silvestre lo encerraron en el microondas hasta que le reventó la
cabeza? A mí me gustaban más los de Tom y Jerry. Todavía recuerdo aquel
episodio, cuando a Tom le cortaron con una enorme sierra en mil pedazos, o
cuando le destrozaron la cara con una sartén. No puedes comparármelos, Nino. Ya
sé que los peluches no podéis hablar, pero me conformo con que muevas un poco
la cabeza. ¿Te acuerdas? Creo que mamá debió ponerse a ver los dibujos con
nosotros más a menudo. Por aprender a utilizar las sartenes cuando llegaba papá.
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