20220401

"Frida, encuentros en el cuartel 14"



Frida llevaba muerta dos o tres años cuando nos conocimos. Lo sospeché enseguida por su frialdad, la prominencia de sus dientes, su falta de espíritu, su falta de vitalidad y sobre todo, por su pasividad cuando hacíamos el amor. El destino tiene un albedrío muy particular y hace siempre lo que le da la gana conmigo, pero tengo que reconocer que en aquella ocasión, fueron los dos culos de botella que tengo por lentes los que me hicieron tropezar y precipitarme de bruces en su lecho. Yo llevaba un ramo de flores para mi difunta madre, pero no pude decírselo, no quise decepcionarla después de ver aquella su sonrisa tan diáfana, tan abierta, tan auténtica.

Así nos conocimos, así nos hicimos novios, de golpe, sin preguntas, sin condiciones, sin mediar palabra, con un amor intenso y loco, un amor desbocado y salvaje, indisoluble y eterno, como son todos los amores mientras dura… la dura… la dura necesidad.

Frida tiene un magnetismo que me succiona, me muero por sus huesos. Había expirado, la pobre, el mismo día en que perdió la inspiración, y perder la inspiración puede ser algo dramático para una artista de renombre como ella. Ahora pasa las horas muertas esperándome con misteriosa solemnidad y silencio en un angosto tugurio, allá, por las afueras de México, resignada, porque no podemos encontrarnos todas las veces que el cuerpo nos lo pide. Eso sí, me recibe siempre con su sonrisa permanente, con la eternidad rezumando por todas sus oquedades, esperando las flores y el incienso que suelo llevarle como es costumbre por allá, al menos mientras cruzas el Mictlán y que te permiten mantener cierto esplendor y lozanía.

Me gusta su tacto, pero lo que más me gusta, lo que me vuelve loco, lo que me hace perder la noción del tiempo, es el tableteo de sus huesos cuando le abrazo, el repique de castañuelas en sus mandíbulas con mis empellones, como si se estuviera riendo. Mi entusiasmo llega al punto de descoyuntarla un poco, pero no tardo en componerla de nuevo.

A pesar de todo mi empeño, todavía no he conseguido que recupere la inspiración, y eso que le recito de memoria toda la obra poética de Amado Nervo, de Octavio Paz o de Alfonso Reyes. Se limita a mirarme con sus ojos vacuos, sin decir ni mu, hasta que, cansado y un poco contrariado, abandono la oscuridad de su lecho entre vítores y aplausos de los curiosos que se han congregado alrededor para jalearnos. El viento se lleva los pétalos de cempasúchil, apaga las veladoras y difumina el eco de los mariachis. Yo hago sonar por última vez las maracas de sus huesos, coloco las flores en el sombrero, vuelvo a correr la lápida y me despido cortésmente hasta el siguiente dos de noviembre.

Primer premio, III certamen de microrrelato en audio, convocado por el Ayuntamiento de la Carolina y MV Gestión. Una velada inolvidable con gente inolvidable. Gracias.

No hay comentarios: