Primer premio en el VIII certamen convocado por la Universidad Popular de Almansa. Especialmente contento y orgulloso porque también fui finalista en la modalidad de poesía con mi poema JUGUETES.
Capítulo I - El móvil
Tuvo que ser
aquella maldita cerradura del apartamento setenta y ocho, o más bien, aquel ojo
negro y permanente que tenía la puerta incorporado en su mismo centro. Algunos
vecinos decían que la instalaron así, que era de serie, con la puerta, pero se
supo pronto que no, porque era un ojo completo, con su pupila, córnea, iris y
todo lo demás. Un ojo que no dormía nunca, ni de día ni de noche, como un
incansable e insomne taquígrafo alcahuete que registraba los más pequeños
movimientos que se producían en toda la comunidad.
Capítulo II - La víctima
Casimira, que
así tenía que llamarse por un capricho irónico y macabro del destino, era una
vieja huraña y desconfiada que se había encerrado en el apartamento el mismo
día en que a su marido lo encontraron
muerto en el rellano con signos evidentes de no haber fallecido por propia
voluntad. Sin embargo aquella era una víctima que forma parte de otra
investigación y relato. Pocos eran los que habían tenido la oportunidad de ver
a Casimira salir de su apartamento desde entonces. Cuenta la vecina del ático,
que tenía la facultad de dejar su ojo puesto en la cerradura para no perderse
el más mínimo movimiento en la escalera. Tapaba la cuenca vacía de su rostro
con un parche negro y tardaba solo lo indispensable.
Capítulo III - El culpable
Rafael, su
vecino de enfrente. Un personaje juerguista, crápula, sin escrúpulos. Según
dijo algún tiempo más tarde, cuando se supieron los hechos, no le había quedado
otra alternativa. Se había quedado congelado después, con cara de “presunto”,
apuntalando la pared con la espalda mientras agitaba el manojo de llaves
todavía pringosas que tenía entre sus manos. No intentó huir, no intentó
negarlo. Su rostro era una pizarra diáfana, con una prominente calva que dejaba
al descubierto la culpa dibujada en su frente y que no hubiera podido disimular
ni siquiera con un turbante.
Capítulo IV -
Los hechos
Tuvieron lugar
una mañana de agosto, cuando Rafael volvió de una de sus acostumbradas salidas
nocturnas. Crujió el último peldaño de la escalera para delatar su presencia y
la cerradura del apartamento setenta y ocho abrió su párpado de par en par.
Rafael se acercó lentamente a la puerta, introdujo la llave más grande, la más
fría, la más larga, la más punzante de su llavero. Un grito rompió el silencio
y empezó a rebotar como loco por todo el edificio. Un líquido viscoso resbaló
por la puerta hasta el felpudo como se fuera la baba de un caracol, inundó el
rellano, descendió por los peldaños, hizo un alto en los descansillos, arañó
todas y cada una de las puertas que permanecieron cerradas a cal y canto,
cansadas de impertinencias, se precipitó después hasta la calle, se detuvo en
el colmado para dejar constancia y se dirigió después a la comisaría, situada a
cuatro manzanas más abajo. Cuando el eco dejó de pregonar la noticia y aquella
mucosidad dejó de resbalar, se hizo el silencio.
Capítulo V - La investigación
Resultó
sencilla. Los agentes, con una perspicacia inusitada, se dieron cuenta
inmediatamente de que, la coincidencia de un grito tan desgarrador y de un
charco de sangre, no podían deberse a circunstancias naturales. Fueron cayendo
en la cuenta y aceptando la posibilidad que aquellos indicios tendrían que ser
por algún suceso truculento. Siguieron la marca roja dibujada por el suelo y
llegaron al lugar de los hechos. Encontraron a Rafael con su cara de presunto,
apuntalando todavía la pared con la espalda, limpiando compulsivamente su llave
en la pernera del pantalón. Mascullaba palabras inconexas, distorsionadas por
el alcohol y los nervios y señalaba tímidamente, con golpes intermitentes de su
barbilla, los berretes mugrientos que chorreaban por la cerradura.
Capítulo VI - La sentencia
Un jurado mayoritariamente popular sentenció que había sido
en legítima defensa: Inocente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario