20230128

"La cerradura indiscreta"


Primer premio en el VIII certamen convocado por la Universidad Popular de Almansa. Especialmente contento y orgulloso porque también fui finalista en la modalidad de poesía con mi poema JUGUETES.

Capítulo I - El móvil

Tuvo que ser aquella maldita cerradura del apartamento setenta y ocho, o más bien, aquel ojo negro y permanente que tenía la puerta incorporado en su mismo centro. Algunos vecinos decían que la instalaron así, que era de serie, con la puerta, pero se supo pronto que no, porque era un ojo completo, con su pupila, córnea, iris y todo lo demás. Un ojo que no dormía nunca, ni de día ni de noche, como un incansable e insomne taquígrafo alcahuete que registraba los más pequeños movimientos que se producían en toda la comunidad.

Capítulo II - La víctima

Casimira, que así tenía que llamarse por un capricho irónico y macabro del destino, era una vieja huraña y desconfiada que se había encerrado en el apartamento el mismo día en que  a su marido lo encontraron muerto en el rellano con signos evidentes de no haber fallecido por propia voluntad. Sin embargo aquella era una víctima que forma parte de otra investigación y relato. Pocos eran los que habían tenido la oportunidad de ver a Casimira salir de su apartamento desde entonces. Cuenta la vecina del ático, que tenía la facultad de dejar su ojo puesto en la cerradura para no perderse el más mínimo movimiento en la escalera. Tapaba la cuenca vacía de su rostro con un parche negro y tardaba solo lo indispensable.

Capítulo III - El culpable

Rafael, su vecino de enfrente. Un personaje juerguista, crápula, sin escrúpulos. Según dijo algún tiempo más tarde, cuando se supieron los hechos, no le había quedado otra alternativa. Se había quedado congelado después, con cara de “presunto”, apuntalando la pared con la espalda mientras agitaba el manojo de llaves todavía pringosas que tenía entre sus manos. No intentó huir, no intentó negarlo. Su rostro era una pizarra diáfana, con una prominente calva que dejaba al descubierto la culpa dibujada en su frente y que no hubiera podido disimular ni siquiera con un turbante.

Capítulo IV - Los hechos

Tuvieron lugar una mañana de agosto, cuando Rafael volvió de una de sus acostumbradas salidas nocturnas. Crujió el último peldaño de la escalera para delatar su presencia y la cerradura del apartamento setenta y ocho abrió su párpado de par en par. Rafael se acercó lentamente a la puerta, introdujo la llave más grande, la más fría, la más larga, la más punzante de su llavero. Un grito rompió el silencio y empezó a rebotar como loco por todo el edificio. Un líquido viscoso resbaló por la puerta hasta el felpudo como se fuera la baba de un caracol, inundó el rellano, descendió por los peldaños, hizo un alto en los descansillos, arañó todas y cada una de las puertas que permanecieron cerradas a cal y canto, cansadas de impertinencias, se precipitó después hasta la calle, se detuvo en el colmado para dejar constancia y se dirigió después a la comisaría, situada a cuatro manzanas más abajo. Cuando el eco dejó de pregonar la noticia y aquella mucosidad dejó de resbalar, se hizo el silencio.

Capítulo V - La investigación

Resultó sencilla. Los agentes, con una perspicacia inusitada, se dieron cuenta inmediatamente de que, la coincidencia de un grito tan desgarrador y de un charco de sangre, no podían deberse a circunstancias naturales. Fueron cayendo en la cuenta y aceptando la posibilidad que aquellos indicios tendrían que ser por algún suceso truculento. Siguieron la marca roja dibujada por el suelo y llegaron al lugar de los hechos. Encontraron a Rafael con su cara de presunto, apuntalando todavía la pared con la espalda, limpiando compulsivamente su llave en la pernera del pantalón. Mascullaba palabras inconexas, distorsionadas por el alcohol y los nervios y señalaba tímidamente, con golpes intermitentes de su barbilla, los berretes mugrientos que chorreaban por la cerradura.

Capítulo VI - La sentencia

Un jurado mayoritariamente popular sentenció que había sido en legítima defensa: Inocente.


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